Pon en orden tu desorden
Cuando nuestras hijas eran aún pequeñas, nosotros teníamos una regla firme antes de las horas de las comidas: arregla lo que desordenaste. Esperábamos de ellas que tuvieran la responsabilidad de poner orden en los «desórdenes» que habían creado con sus actividades.
Esta es también una buena regla para la iglesia.
En las iglesias los desórdenes son normales, y generalmente son buenos (Hechos 6:1-7; 15:1-21, 36-41). Las diferencias en los puntos de vista y las contiendas a causa de las ideas nos «abastecen» para que se produzcan unos vigorosos intercambios que terminan con una buena orientación y unos planes para actuar.
No obstante, hay algunos desórdenes que sí degeneran hasta convertirse en palabras hirientes y conductas difíciles. El pecado nos ha hecho daño a todos, y estamos privados de la gloria de Dios (Romanos 3:23)… y de aquí se sigue que se produzcan desórdenes destructores.
Es posible que una iglesia que trate activamente de recuperar a «los enfermos» (Marcos 2:17) tenga una proporción mayor de gente difícil y, por esta (buena) razón, también tenga un potencial mayor para crear unos desórdenes debilitadores.
En una iglesia pequeña, puesto que todos se conocen, cualquier desorden, grande o pequeño, es como una piedra que lanzáramos a un charco. Las olas empapan a todos y trastornan a toda la iglesia.
Un buen resumen sobre un enfoque bíblico y equilibrado a la labor de poner en orden los desórdenes es el que ha sido redactado por la Iglesia Menonita de los EE.UU., una comunidad de fe con muchos años de dedicación a la búsqueda de la paz. El documento, Acuerdos y Desacuerdos en Amor, es un valioso recurso para enfrentarse de una manera responsable y considerada a las formas difíciles de conducta.
Con todo, el primer paso es la decisión de no echarse a un lado o dejar la acción para más tarde. ¡Ponga en orden su desorden!