Los amigos
En el Antiguo Testamento, Dios les habló a unas personas excepcionales, como Moisés, «cara a cara, como habla cualquiera a su compañero» (Éxodo 33:11; Salmo 27:8; Santiago 2:23).
Ahora, este grado de intimidad está abierto para todos los seguidores de Cristo. «Ya no os llamaré siervos… pero os he llamado amigos», dijo Jesús (Juan 15:15-16).
No existe fórmula alguna para la amistad con Jesús. No obstante, hay maneras de llegar a una comunión más profunda, semejante a la conversación entre dos amigos íntimos (Apocalipsis 3:20).
Para «hablar» con Jesús, renovamos nuestra mente con su Palabra (Juan. 15:7-11; Romanos 12:2). Interactuamos con creyentes maduros, directamente y en los libros, especialmente los clásicos, y los cantos (Efesios 5:19). Damos pasos de fe y obediencia (Juan 15:14; Santiago 1.22-25). Oramos (Filipenses 4:6).
Y Jesús nos responde, generalmente por medio de su acción, del consejo de un amigo, de un pasaje de las Escrituras, de una idea procedente de un libro o un canto, o de algo que observamos en la naturaleza (Jeremías 1:11-12).
Esta comunicación es a un tiempo objetiva, siempre de acuerdo con la Biblia, y subjetiva, con una «sensación» distintiva que es «primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía (Santiago 3:17).
Es frecuente que Jesús se comunique con nosotros de diversas maneras, confirmando una sensación inicial con respecto a lo que hemos oído, de manera que podamos seguir adelante en fe (Santiago 1:6-8).
Aún en estos tiempos de la comunicación digital, la conversación cara a cara entre amigos sigue siendo mejor. Y la conversación con Jesús, la mejor de todas.