Imposible
Cuando Hudson Taylor se embarcó rumbo a China por primera vez, en el año 1853, solo había unas pocas docenas de misioneros, y todos en las ciudades costeras. Taylor adoptó las vestimentas chinas y se dejó crecer una coleta, como los hombres de China en aquellos tiempos. Atraído por una vasta población en el interior que no había sido tocada por el Evangelio, se dirigió hacia el interior.
Confiando en que Dios atendería a todas sus necesidades, Taylor siguió adelante, a pesar de las críticas, las enfermedades, las muertes, la depresión, los accidentes, los robos, las revueltas y la guerra civil. Una declaración suya resume su fe absoluta total en Dios:
Yo he encontrado que en toda gran obra de Dios hay tres etapas:
primero, es imposible; después es difícil, y por fin, queda realizada.
Taylor recordaba la pregunta que les hizo el Señor a Abraham y a Jeremías: “¿Habrá algo que sea difícil para mí?” (Génesis 18:14; Jeremías 32:27). Recordaba también las palabras de Gabriel a María: “Porque nada hay imposible para Dios" (Lucas 1:37). Confiaba en las afirmaciones de Jesús según las cuales, “lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios" (Mateo 17:20; Lucas 18:27; Juan 14:14). Y oraba con confianza, sabiendo “que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye" (1 Juan 5:14).
En cincuenta y un años de ministerio, Taylor fundó la Misión del interior de China, envió ochocientos misioneros, reclutó quinientos obreros locales, estableció trescientas estaciones misioneras en todas las dieciocho provincias del interior y registró dieciocho mil conversiones. Hoy en día, según las mejores estadísticas de las que disponemos, hay un número de ciento quince millones de cristianos en China.
Y todo esto comenzó con un valeroso misionero que se atrevió a pedirle a Dios lo imposible.
Imposible. Difícil. Hecho.
Estadísticas actuales sobre China tomadas de Wesley Granbert-Michaelson
en From Times Square to Timbuktu, p. 8
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