La décima parte
Jesús habló mucho acerca del dinero, porque quería transformar los corazones. “Porque donde esté vuestro tesoro”, dijo, “allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:21).
Él esperaba de sus discípulos que dieran mucho; de hecho, que lo dieran todo (Mateo 12:41-44; 19:16-22, 27-29). Como punto por el cual comenzar, el diezmo es útil.
En las enseñanzas del Antiguo Testamento, el diezmo es el reconocimiento de que todo nuestro dinero nos viene de Dios (Deuteronomio 26:10). Por supuesto, esto lo podemos decir con palabras, pero por medio de la acción de darle el 10% de nuestros ingresos a Dios, estamos declaramos que somos sinceros en lo que decimos.
En el Antiguo Testamento, la práctica consistía en llevar los diezmos al templo (Deuteronomio 26:2). Para nosotros, el equivalente sería entregar todo nuestro diezmo a nuestra iglesia local.
Hay gente que divide su diezmo; un poco aquí y otro poco allá, y parte de él lo entregan a su iglesia local. Sin embargo, si Dios nos concede el privilegio de manejar el 90% del dinero que nos ha encomendado, ¿acaso deberíamos nosotros insistir en manejar también el 10% que le damos especialmente a Él?
También hay quienes retienen (o designan) su diezmo como manera de “votar” por, o contra algo o alguien en la Iglesia. Nuestro diezmo debe ser sencilla y únicamente una declaración hecha a Dios: “Todo lo que yo tengo te pertenece a ti”.
Nosotros queremos que nuestro corazón esté totalmente consagrado a Dios. Por eso ponemos su tesoro, comenzando por un diezmo, en sus manos. Y después hallamos la manera de darle más, e incluso, de dárselo todo.