Las conversaciones difíciles
Es difícil confesar que hemos hecho algo malo. Más difícil aún es enfrentarnos a la mala conducta de otra persona.
Sin embargo, cuando tenemos responsabilidad sobre otros, o hemos decidido practicar la responsabilidad mutua, es inevitable que se produzcan conversaciones difíciles, y con escollos por todas partes.
Podemos diluir el mensaje a base de generalidades, ahogar la preocupación a base de añadir otras cosas, o dejar a un lado el problema, no diciendo nada.
Podemos culpar, citar como hechos unas deducciones sin fundamento, impugnar intenciones o zaherir con unas palabras que causen heridas profundas.
O bien, podemos decir la verdad en amor (Mateo 18:15; Gálatas 6:1; Efesios 4:15).
En esta fusión bíblica, lo primero que hacemos es orar (Filipenses 4:6, I Pedro 5:7). Examinamos nuestro corazón (Mateo 7:3-5; Gálatas 6:1). Preparamos (y practicamos) lo que vamos a decir para comenzar, usando unas afirmaciones* como las siguientes:
Le quiero hablar sobre… [mencione la conducta de la que va a hablar].
Para darle un ejemplo… [cite uno].
Yo, por mi parte, siento… [describa sus emociones].
Esto es importante, porque… [dígale lo que está en juego].
Quiero comprender esto desde su punto de vista… [invítelo a darle una respuesta].
En ese minuto, estaremos hablando la verdad en amor.
Entonces, escuchamos (Santiago 1:19). Nos esforzamos por alcanzar una solución que nos satisfaga a ambos (Hechos 6:1-7; 15:36-41). O llamamos a otras personas que nos ayuden (Filipenses 4:2-3; Hechos 15:1-32).
Hablar la verdad en amor es el punto sobre el cual giran las conversaciones difíciles. Es el que les abre el camino a los buenos resultados. Capacita a ambas partes para crecer en Cristo. Permite que toda la comunidad de fe crezca y sea edificada en amor (Efesios 4:15-16).
*Adaptado de Fierce Conversations, por Susan Scott, pp. 148-153