Refugiado
Las Naciones Unidas calculan que hay actualmente 232 millones de personas que han migrado a otras naciones.
Estas multitudes desplazadas son movidas por las privaciones, las persecuciones, la opresión y la violencia. No seríamos capaces de captar la extensión de su sufrimiento… hasta ver la desgarradora foto de Alan Kurdi, un niño sirio de tres años de edad cuyo cuerpo fue devuelto por las olas a una playa de Turquía.
En momentos así, recordamos que Jesús fue refugiado en una ocasión.
Advertida en un sueño, la Santa Familia huyó para escapar a la masacre de Belén (Mateo 2:13-18). ¿Se ha preguntado usted cómo, y por medio de quién, Dios proveyó para las necesidades de aquella familia desplazada al exilio en Egipto?
Dos milenios más tarde, una migración mundial sin precedentes ha traído familias de inmigrantes hasta nuestras puertas.
En respuesta a esta situación, podemos orar. Los podemos proveer de ropa y de muebles. Los podemos ayudar a encontrar techo y trabajo. Les podemos enseñar inglés en clases de Inglés como Segundo Idioma. Les podemos ofrecer nuestra amistad y nuestra fe.
Podemos sostener a los misioneros que se encuentran en países donde se están recibiendo una gran cantidad de refugiados. Podemos contribuir con las agencias humanitarias que les dan alimentos, provisiones, agua pura, servicios legales y ayuda sanitaria a estas personas desplazadas.
Podemos realizar adopciones internacionales para cuidar de los niños que han quedado huérfanos a causa de las privaciones y la violencia, o ayudar a las familias que los adopten. Podemos abogar ante nuestro gobierno por unas buenas soluciones a largo plazo.
Una vez más, Jesús se encarna en medio de nosotros como refugiado. (Mateo 5:35-36) Nosotros mismos somos «extranjeros y peregrinos» en el mundo. (1 Pedro 2:11) Tenemos todas las razones para identificarnos con los «extranjeros» que haya en nuestra comunidad, y ayudarlos. (Hebreos 13:1)
Alan Kurdi