La aprobación
Todos fuimos creados para ser conocidos. Tenemos dentro el deseo innato de que nos vean y nos celebren. Queremos participar en algo que sea más grande que nosotros mismos. Dallas Willard escribe: “Fuimos fabricados para que contáramos, de la misma forma que el agua fue hecha para correr colina abajo”.
Este anhelo por contar —y porque se note nuestra presencia— se satisface por medio del reconocimiento y de los elogios. Cuando nos reconocen y nos apoyan, reaccionamos con un suspiro interno de satisfacción.
Ahora bien, ¿qué decir de los momentos en que nos esforzamos sin que nadie nos vea? ¿O cuando nos dedicamos a las tareas más comunes y corrientes? ¿O cuando nada de lo que logramos es digno de convertirse en noticia?
En todo momento, tanto si nos ven como si no, podemos acudir a Aquel que nos conoce de verdad. Podemos hallar nuestra validación en la fuente de todo significado e importancia; en Jesús.
Jesús sondea profundamente nuestro corazón (1 Samuel 16:7). Nos ve cuando nadie más nos está mirando; nos oye cuando nadie más nos está escuchando (Salmo 139). Y cuando Él nos aprueba, danza sobre nosotros con gozo (Sofonías 3:17; Lucas 10:21).
Por nuestra parte, nos toca aquietar nuestro corazón, buscar su rostro y escuchar sus susurros. Es posible que Él avive para nosotros un versículo de las Escrituras, que nos hable por medio de un amigo, o incluso que nos dé un sueño con significado… siempre en una voz reconocible (Juan 10:4; Santiago 3:17).
Cuando nosotros habitamos al abrigo del Altísimo (Salmo 91:1; Colosenses 3:2-3), podemos vivir en medio del silencio y trabajar sin ningún reconocimiento, aunque con un contentamiento fuera de lo común, porque nos estamos apoyando en la aprobación de Jesús.