Longmire
Acabo de terminar de leer Longmire, una serie de novelas policíacas contemporáneas que se transmite en Netflix. Basada en novelas escritas por Craig Johnson, esta serie tiene como protagonista a Walt Longmire, sheriff campesino de Wyoming. Lo describe como un buen hombre, agente del orden de una honradez y una integridad intachables. Su hija, un amigo cheyenne y dos diputados, toman también por lo general unas decisiones buenas y morales.
Sin embargo, hay un notorio fallo en la decencia básica de la serie. Nadie manifiesta escrúpulos en cuanto a las relaciones sexuales informales, ni la cohabitación. A lo largo de seis temporadas, los encuentros sexuales son poco frecuentes y, en su mayor parte, son descritos de manera discreta. Sin embargo, el mensaje sin palabras es que la pureza sexual es un rasgo de carácter ya anticuado.
Es decir, que incluso una serie notable por su decencia que se nos presenta en los medios de comunicación, tiene un punto ciego carente de vergüenza. Es como si nuestra cultura contemporánea hubiera tomado una pluma negra para tachar las partes indeseadas de las Escrituras. Sin embargo, es imposible tachar la moralidad sexual. Dios nos ha dado una norma clara: la sexualidad humana debe ser expresada dentro de una vida de soltería casta, o en un matrimonio de toda la vida entre un hombre y una mujer.
En todos los sentidos posibles, estamos llamados a “despojarnos del viejo hombre… y vestirnos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:22-24). Entre nuestro viejo hombre y el nuevo, necesitamos renovarnos en el espíritu de nuestra mente, lo cual incluye el repudio del generalizado mensaje cultural según el cual la licencia sexual es algo normal y aceptable.