Tiempo de curar
El Predicador escribió en el Eclesiastés: «Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora… [como] tiempo de curar» (3:1-3).
Hace dos años, una iglesia en el centro del sur de Pennsylvania estaba atormentada por los conflictos. Como consecuencia de un desacuerdo en cuanto a la extensión del nombramiento del pastor, las personas se habían distanciado, les dolía la salida de sus amigos y se sentían desmoralizadas.
Se buscó a un clérigo experimentado para que presidiera la junta de gobierno. El propósito era aliviar las tensiones y, con el tiempo, crear un nuevo clima en el liderazgo.
El clérigo que acudió a ayudarles se abstuvo de hacer juicios. Se esforzó por mantenerse calmado, paciente y equilibrado. Ofreció aliento, perspectiva y consejo. La junta de gobierno se comenzó a reunir para orar, dedicarse a un intercambio constructivo y tomar buenas decisiones.
Los veinticuatro meses que duró este proceso de sanidad, aunque doloroso y cada vez más fuerte, han dado por resultado una salud restaurada. Las personas están aprendiendo a actuar con bondad en las situaciones conflictivas. Están adquiriendo la capacidad de interactuar con respeto, confianza y esperanza. Su fe, siempre auténtica, ha sido puesta a prueba y manifestada.
Su intención consiste en «andar como es digno de la vocación con que fueron llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándose con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz» (Efesios 4:1-3).
No hay iglesia alguna que esté inmune de conflictos, y pocas veces hay una forma rápida de arreglarlos. Lo normal es que la recuperación exija una «temporada» de cuidado y tratamiento deliberados, a veces con intervención del exterior. Sin embargo, incluso después de pasar por profundas aflicciones, una iglesia se puede curar hasta llegar a tener una vida y una misión llenas de nueva vida.