¡Los conflictos!
Como seguidores de Jesús, no nos debemos sorprender ante los conflictos interiores. Tampoco nos debemos angustiar. Las contiendas entre las tendencias arraigadas y los rasgos que van emergiendo son inevitables y, de hecho, son necesarias y buenas.
El apóstol Pablo lo explica de una manera muy útil en Gálatas 5. Cuando nosotros confiamos en Jesucristo como Salvador nuestro, el Espíritu Santo entra a nuestra vida. De hecho, lo que hace el Espíritu es asegurarse una cabeza de playa en territorio enemigo y reclamar toda nuestra persona para el Rey Jesús.
Sin embargo, los «deseos de la carne» están arraigados en el áspero terreno de nuestra mente, escondidos en los espesos matorrales de nuestras emociones y consolidados en todos los niveles de nuestra voluntad. El Espíritu Santo, decidido a echar fuera de estas fortalezas todos los vestigios de nuestra pecaminosidad, comienza una incansable ofensiva (versículo 16).
Los deseos pecaminosos no sueltan con facilidad su presa, y lo que sigue es una lucha. Nosotros experimentamos este choque como un conflicto interno entre «el deseo de la carne» y «el deseo del Espíritu» (versículo 17).
Los apetitos arraigados nos impulsan hacia el «adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas» (versículos 19-21). En cambio, unos deseos nuevos, despertados por el Espíritu Santo, nos impulsan hacia el «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza» (versículos 22-23).
Así quedamos nosotros atrapados entre dos fuegos, en conflicto con nosotros mismos.
¡Cobre ánimo! Este conflicto es evidencia de que el Espíritu Santo está «crucificando pasiones y deseos» pecaminosos (versículo 24) y el «fruto del Espíritu» está comenzando a florecer, crecer y madurar en nuestra vida.
Lo que nos corresponde a nosotros en esta transformación es «andar en el Espíritu» (versículo 16). Bajo la dirección del Espíritu Santo (versículos 18, 24), damos pasos hacia los rasgos y las formas de conducirnos que son buenos. Como los niños cuando aprenden a caminar, nuestros primeros pasos podrán ser vacilantes, pero con cada nuevo esfuerzo, iremos adquiriendo equilibrio y fuerza. Paso a paso, el Espíritu Santo está destruyendo las fortalezas del enemigo en nuestra vida.
Este artículo es continuación de la serie «Bosquejos sobre el Espíritu». Para pasar al siguiente artículo, pinche en el título «Una vida que compartir». Para ir al principio de la serie, pinche en el título «Regreso».