El asombro
En un derroche de gozo y de alabanza, María, la madre que ya llevaba en su vientre al Mesías tan largo tiempo prometido, comunica su asombro y su sobrecogimiento en unas palabras que se han convertido en uno de los cánticos más grandiosos y perdurables de la Iglesia (Lucas 1:46-55).
En su cántico, María reflexiona en primer lugar en la gran misericordia de Dios hacia ella por aquel honor sin precedentes (versículos 46-49). Se regocija diciendo: «Me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre».
Después de esto, María abre más aún el lente de su alabanza para abarcar la misericordia de Dios con toda la humanidad, de generación en generación, a lo largo de la historia entera (versículo 50). Dios habría podido dejar a la humanidad abandonada a su suerte desde el momento en que Adán y Eva le desobedecieron por vez primera. Sin embargo, en lugar de hacerlo, se lanzó de inmediato a un plan para rescatar y redimir a la raza humana (Génesis 3:15; Lamentaciones 3:22-23).
María reflexiona después en las formas tan inesperadas en que Dios ejerce su poder (versículos 51-53). Asociamos con mayor frecuencia el poder con los reyes y los parlamentos, los ejércitos y las armas, el dinero y los medios sociales. Sin embargo, María había entendido que el poder de Dios es de una clase totalmente distinta (Isaías 55:8-9; 1 Corintios 1:26-29). Dios obra a través de los seres humanos que tienen un corazón quebrantado, contrito, humillado (Salmo 51:16-17).
Por último, María comprendió que Jesús, su Hijo, era la culminación del plan divino de redención y salvación (versículos 54-55). Ese plan había ido avanzando a través de las promesas hechas a Abraham (Génesis 12:1-2), al rey David (2 Samuel 7:12-16) y a todo el pueblo de Dios (Isaías 9:6-7). Con una visión inspirada, María comprendió que, por muchas que fueran las promesas que Dios había hecho, todas serían cumplidas por el niño que llevaba en su vientre (2 Corintios 1:20).
Para María, y también para nosotros, lo maravilloso que tiene Jesús es que Él nunca dejará a la humanidad a su suerte… ni tampoco a un solo ser humano. Jesús realiza sus propósitos en aquellos que confían en Él con un corazón humilde, y por medio de ellos. Y con su vida, muerte y resurrección, Jesús cumple todas y cada una de las promesas hechas por Dios.